jueves, 29 de agosto de 2013

De los números que van para atrás.-

Las cuentas regresivas me están carcomiendo los días, como ver una fruta pudrirse en cámara rápida. Me despierto sabiendo que las horas que me quedan del día no me alcanzarán para nada. Me he perdido, si, en la espiral del que se ve atrapado contra la pared. Se acaba un conteo en reversa y empiezan dos nuevos. Los números no pueden contener el tiempo pero son la materialización de cómo este se nos arranca de las manos.
Lo aprovecho, si, le saco el máximo de jugo que puedo, no puedo negarlo. Pero aún así la sensación del tiempo perdido, del tiempo muerto, del tiempo blanco persiste como diciéndome "Hey, no te va a alcanzar. Y si te alcanza, mira todo lo que perdiste en el inter tanto".

Me vuelven loco las cuentas regresivas.

Y en cierto momento me doy cuenta de que los espacios que tenía reservados para mi, las instancias que celosamente había guardado para mi disfrute, para mi lectura como individuo, para mi salud mental, ya no me pertenecen. El tiempo es un agente terrorista. Conteos regresivos sobre la esquina de mi monitor me indican los miles de segundos que faltan para que mi trabajo dé frutos. El tiempo en reversa que el calendario me marca me escupe, día a día, lo próximo que estoy de no ser más que un recuerdo.

Es que conmigo, ahora, todo tiene fecha de espiración.

Entre toda esa vorágine un pensamiento surge por sobre la nebulosa. Pero será mejor callarlo, pues todavía no lo logro entender.

El reloj se mueve para atrás, y pareciera que yo no me muevo para ninguna parte. El calendario corre indemne y los días, implacables, se burlan de la impaciencia temporal. Quiero que los días tengan treinta horas, que las noches se prolonguen y que los días, frescos huéspedes del devenir, vuelvan a tener algún rostro que no sea un puñado de números en reversa. Que todo se detenga, que todo se detenga por favor. Las horas corren con una velocidad desgraciada y, en un parpadeo, me doy cuenta que ya tengo las maletas a un costado de la cama. No hay nadie con la disposición de articular un adiós.

Una pausa, venga ya.-

domingo, 25 de agosto de 2013

Quizás ella quiera.-

"Oye pelao ¿Tienes por ahí alguna canción como feliz para poner en un video?", me dijo hace un tiempo un amigo "Algo como esto". Acto seguido, me mandó una canción de Maybeshewill. Hasta la fecha, yo no conocía a estos flacos, luego de seguir el link que me enviara mi compañero quedé rayando la papa (Pobres tubérculos). Y con justa razón, Maybeshewill es una banda de post-rock canadiense (Para variar) cuyo sello personal es, a diferencia de sus pares (Mil y un veces profesados en este espacio), la velocidad dramática de sus composiciones y la estructuración pragmática que, conociendo el género, pocas veces se logra leer detrás de una canción de post-rock.

Están bastante buenos estos flacos. Incluso cae la sorpresa en que efectivamente gran parte de sus piezas no atacan al espectador desde el espacio melancólico y gris que bandas como This will destroy you o los papis de las explosiones en el cielo suelen hacer. Maybeshewill apela más a la violenta aceleración de sus tiempos, sus composiciones cocainómanas atacan al sujeto que sale a trotar o a las escenas de redención de final de peli.

si, he perdido la gracia en esto de escribir algo sobre la música que estoy escuchando.

De feliz poco, aunque varias sonrisas flotan en su disco. Aún así, no tienen ningún desperdicio y son un descubrimiento sorprendente de lo que se está haciendo, en el corto plazo, en la escena del siempre memorable post-rock.

A continuación, el disco con el que me engancharon, del 2008 y que contienen piezas hermosas como I'm in awe, Amadeus! y otras de disidente violencia como The Paris Hilton Sex Tape. Notables en su regla. A continuación el disco para la casa y, si prefiere, en formato yoestube.

La belleza tiene unos rostros muy curiosos.-

Razones para morirse triste.-

El azar es una sentencia obtusa.-

martes, 20 de agosto de 2013

Catorce meses y dos semanas

Primer borrador de cuento sin revisiones posteriores.

Agosto del 2012

Llevo ya tres semanas limpio y el síndrome de abstinencia me está volviendo loco. Me sudan las manos, me tiembla un párpado y los dolores estomacales no me dejan dormir. Peor que eso, tengo un dolor de cabeza que me está matando, me clava agujas con sal en el lado izquierdo de la sien y punzones con jugo de limón en el lado derecho. Está ahí, todo el día, presionando mi cráneo y manteniendo mi ánimo en el límite del colapso neuronal. Ya no puedo más, tengo que conseguir algo urgentemente. Lo siento mamá y papá pero soy un fracaso. Lamento que hayan gastado todo el dinero que invirtieron en clínicas de rehabilitación pero soy débil, soy el sueño resquebrajado de sus proyecciones, una línea sobre la mesa, un trozo de cartón bajo la lengua, un vástago sintetizado en laboratorio e inyectado por intravenosa. Lo siento pero soy un adicto de primera con 200 dólares en el bolsillo listos para ser gastados en ketamina, DMT, heroína, efedrina, adrenocromo, éter, zopralam, melicalina sintetizada o cualquier sedante inyectable, aspirable o comprimible en supositorios.

En la esquina de siempre me espera Lollypop. Casual, displicente, macabro y dominante. Es un puto inmigrante; de esos que ensucian nuestras calles con narcotráfico, prostitución y música latina. No sé de donde viene y tampoco me interesa, solo sé que es el puto amo de la merca en el lado oeste de down valley. Nadie sabe de dónde saca sus productos y nadie pregunta, algunos dicen que tiene contactos dentro de los federales, que ellos le entregan drogas experimentales que luego serán introducidas en los barrios bajos, ni puta idea. Lollypop tiene de todo, para todos los gustos y precios. Nadie se mete con él y los que lo han hecho han terminado durmiendo boca abajo.

- Dame lo que sea que me mantenga muerto varios días –Le digo apenas le paso la pasta– ya tuve suficiente de la vida por bastante tiempo.

Lollypop me quita el dinero y me pasa tres pastillas azules, la emoción me embarga como a un niño su primera mesada. Nunca he visto estas píldoras en mi vida, tampoco es que haya visto mucho.

- Mire parse, estas le van a encantar. Son el último grito en psicotrópicos, el caviar de los drogadictos de clase alta, la mejor chimba que vas a encontrar. Son carísimas y su precio subirá hasta Yucatán. Pero usted es un cliente fiel, querido Jimmy, sé que le gustarán, sé que volverá por más.

Lollypop apoya sus negros dedos en mi hombro y me guiña un ojo. Siempre ha sido muy sobreactuado cuando le llegan nuevos productos, con su acento bananero y sus dialectos desfasados en el tiempo. Lo que sí, debo reconocer que pocas veces se equivoca cuando augura que volveré por más mercancía.

- Como sea, Lollypop, te estaré llamando.

- Un consejo, Jimmy –Los ojos negros del inmigrante me miran como si estuvieran a punto de revelarme el máximo secreto de los faraones– pruebe con media pastilla, parse, eso equivaldrá a tres meses –Me da una palmadita en el hombro, ya no puedo soportar su hedor a pobre– Vaya a disfrutar, parsero. Cuando esté más caleto vuelve por más.

Le di una última sonrisa a Lollypop y me marché a mi antro personal. El día se acababa pero, como dijera algún conde alguna vez, todo cambia cuando el sol se va. Yo tenía mucho que cambiar; tres meses de abstinencia no serían un agujero fácil de llenar, mucho menos con unas capsulitas que sepa dios que carajo de efecto tenían.

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Y pensar que de niño quería ser astronauta
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La rutina era siempre la misma: El sillón de un cuerpo, luces bajas, un disco mezclado de Jefferson Airplane y un paquete de maní, por si el hambre traidora venía a corromper mi claustro químico. Lollypop me había dicho que probara con media píldora pero ese negro puto siempre era recatado, rozando la cobardía, con las dosis que recomendaba.

Sobre el lomo de mis papilas gustativas deposité completa la pequeña pastilla azul y la hice bajar por mi corrosiva garganta con un toquecito de brandy.

Ahora la ansiedad que significa recibir la fase uno. Lo común es esperar veinte minutos. Con el Zopralam primero viene una sensación de mareo fatal seguido de la destrucción de las capacidades psicomotoras, el resto es vacío. Con la melicalina es otro asunto; parte con un subidón de calor que nace en el estómago y se estanca en la nuca. Dolor de ojos, ardor de encías, los químicos te patean los intestinos y los pulmones se estrujan hasta el cero, una sensación horripilante de estar a punto de ebullir se apodera de todo el organismo. Todo se vuelve volcánico en la primera fase de la Melicalina, el infierno sintetizado en una pastilla, magma procesado, sudor y ternura. El resto, la segunda fase, es un paraíso indescriptible a causa de la falta de memoria.

El hilo de mis pensamientos se corta cuando siento una brasa de calor reconfortante en la parte baja del vientre. Se siente como la Melicalina ¿Será cómo la Melicalina? No, no es lo mismo, esto es acogedor, hogareño. Me acurruco en el sillón de un cuerpo mientras la chimenea química me abraza y acaricia los músculos. Un fuego salvaje se prende en mi vientre y empiezo a marearme. Sudo como un cerdo con sobrepeso y la desorientación mental se dispara radical contra la cordura. Solo puedo articular pensamientos relacionados con las fecas, las cabezas de pescado, un vertedero de inmigrantes, animales rajados por el estómago, Lollypop y su asqueroso acento de indígena ladrón.

Vomito mis entrañas hasta dejar seca mi médula espinal, una catarata de bilis y ausencia de alimentos. El mareo me derrota y caigo a piso, apoyo mi mejilla sobre el vómito que acabo de escupir. El asco me supera, vomito de nuevo, empujo mi cuerpo hacia un costado y, moquillento, con la garganta rajada por los ácidos gástricos y los labios pastosos de residuos, me largo a llorar miserablemente. A mi cabeza vuelve mi familia, orgullosa de un fracasado, mis patéticos tres meses limpio y, con una congoja inspirada en el odio, recuerdo el fatídico momento en que Lollypop me vendió estas putas pastillas. Negrete de mierda, indio hijo de puta. Mientras me revuelco en el piso con el estómago en llamas pienso en mi bandera y en mi obligación ciudadana en deportar a Lollypop ¿Por qué mierda se llama Lollypop? Negro marica, haré que se seque en la cárcel.

El llanto se corta y la dignidad vuelve a mi carne. El mareo se va y el sudor se acaba, soy humano de nuevo. Me recuesto en el sillón de un cuerpo y dejo que Jefferson Airplane me acune. Las molestias desaparecen, un amor profundo por mi cuerpo emana de la nada. Me acaricio los hombros, el torso, las costillas. Bajo mis manos suavemente hacia mi cálido vientre. Se siente bien, como una rapsodia de sensaciones que se cobija en mi barriga. Una misteriosa sensación de hambre me invade, mi estómago se transforma en el Sahara sobrepoblado por niños negros suplicando por un pedazo de papel que masticar. Sigo acariciando mi panza mientras el hambre aumenta. Tengo que hacer algo al respecto, algo como un pulpo. Sí, que bien vendría un poco de pulpo al vapor ahora. El hambre lo es todo, tengo que comer. Me levantaré e iré a robar un poco de pulpo al mercado.

Y en eso, mientras articulo un listado mental de los artículos a robar para mi menú de drogado, los químicos de la píldora azul me destruyen la cordura: Desde el interior de mi estómago algo golpea la mano con la que me acaricio el vientre.

Mis neuronas se contracturan, los ojos se voltean sobre su eje. Esta alucinación es nueva, tétrica, demasiado real. Vuelvo a apoyar la mano en la superficie de mi panza y la situación se repite luego de unos pocos segundos.

Lollypop me ha embarazado, pedazo de hijo de puta. Voy a matar a ese negro, voy a sacarle los ojos y usarlos de llavero ¿Cómo mierda voy a estar embarazado? ¡Y de Lollypop!  Maldito negro come ratones ya se va a enterar. Me levanto del sillón de un cuerpo y busco mi armamento, cualquier cosa servirá para destripar a ese despatriado. Un sacacorchos, un tenedor, hasta clavarle el CD de Jefferson Airplane serviría para vengarme de esta vejación (Sería una falta de respeto para los Jefferson, pero sé que si ellos estuvieran en mi situación se sentirían mártires). Cómo es posible que el gobierno permita que tanto inmigrante entre a nuestra nación y, como si su permanencia en el país fuera poco, embaracen a los hombres buenos de esta patria noble. Alguien debe hacer algo, alguien como yo. Voy a matar a Lollypop, ya se va a enterar.

Doy vueltas por el departamento buscando algún arma mejor que el disco de los Jefferson o el tenedor que sostengo en mi mano cuando me encuentro de frente al espejo que adorna mi pasillo. Frente a mí, una versión inmaculada de mi persona que porta una barriga enorme y hermosa que aflora desde mi estómago y cobija a mi retoño. El tenedor homicida cae de mis manos al momento que las lágrimas invaden mis ojos; voy a ser padre, voy a tener un bebé.

Me aferro a mi barriga y caigo contra la pared conmovido por mi reflejo. Me siento la virgen maría, quiero una sesión de fotos desnudo en blanco y negro donde solo seamos yo y mi hijo. A la verga Lollypop, no importa si no quiere hacerse cargo, tengo una sola preocupación en el mundo y es mi bebé. El recuerdo de mi familia me sonríe en la mente; ya no estoy solo, ya no estaré solo nunca más, ahora solo soy y mi hijo.

¿O será hija? Tengo que averiguarlo ¡Es urgente! Cómo podré pensar en un nombre si no sé qué es ¿Y si me sale hermafrodita? O peor ¿Si sale negro como Lollypop? Eso sería fatal, irreversible, sellaría su destino para siempre y lo condenaría a trabajar de por vida en un local de comida rápida friendo pollos. Tengo que salir de la duda, debo saber si se parece a mí o al bastardo sin patria de su padre.

Me rajo la camiseta, desparramo media botella de crema humectante sobre mi celestial barriga y distribuyo la loción. He visto por TV que así las madres ven a sus hijos en la consulta médica. Le plantan unos aparatos electrónicos que muestran a los fetos a través de ondas electromagnéticas. No puede ser tan complicado si sale en TV. Necesito un algún dispositivo que transmita señales al televisor y podré ver a mi retoño.

Reclino mi humanidad sobre el sillón de un cuerpo y, mientras el televisor sintoniza los entretelones de una guerra de hormigas, me clavo el control remoto en la panza. En la pantalla lo único que se ve son los inteligibles puntos blancos y negros que rebotan entre sí. Sacudo con violencia el control de un hemisferio al otro pero no aparece nada salvo la contienda de hormigas. Debe faltar loción, quizás las pilas del remoto están descargándose, tal vez necesito más pastillas.

El instinto materno me obliga a tragarme otra pastilla entera. El efecto es inmediato, las patadas que mi niño empieza a dar son fulminantes. Me aportilla las costillas y los riñones con los pies, da puñetazos a las paredes de mi estómago como si quisiera arrancármelo y tragárselo, le da un cabezazo terrible al pulmón derecho. Hambre es lo que tiene pero tendrá que aguantarse; nada de comida hasta que se muestre, no señor, educado tiene que salir.

Orbito circunferencias con el control sobre mi barriga sin prestarle atención a la violencia que se cultiva en mi vientre. “Muéstrate carajo”, le ordeno, “que te muestres te digo”, la guerra de hormigas empieza a difuminarse. “¿Te vas a mostrar a papi?”, los puntos negros desaparecen, los puntos blancos poco a poco se mezclan, se diluyen, forman una silueta redonda, una nariz familiar, unas manitos pequeñas, un rostro deforme que en un par de meses parecerá un humano.

Se parece a mí.

La emoción me embarga, los ojos se me cristalizan y una sonrisa imposible se me dibuja en el rostro. Los químicos retuercen mis músculos. Caigo de rodillas frente al televisor mientras las lágrimas dejan surcos bajando por mis mejillas. Esto es tremendo, tengo un hijo hermoso gestándose en mi estómago, pequeño, gordito, flotando en la inmensidad de mi vientre. “Tum, tum”, resuena el latir de su corazón. “Tum, tum”, entierro las manos en la pantalla del televisor y lloro superado por la alegría. “Tum, tum” y el pequeño me mira a la cara. “Tum, tum” y su boquita se abre.

- ¡Sácame de aquí, carajo! –Me grita desde el interior del televisor.

Caigo sobre mi espalda, horrorizado por la primera impresión.

- ¡Sácame imbécil! –Vuelve a gritar mientras golpea la pantalla con su ínfimo puño.

El televisor empieza a zamarrearse, la pantalla tiembla con los golpes del feto parlante. No entiendo lo que pasa, los ojos se me desorbitan frente al endemoniado rostro ectoplásmico del infante. Bajo un mar de insultos me ordena que lo saque de mi barriga, no es una petición, es una orden dictatorial. Me quedo congelado, en piloto automático. Me manera mecánica me trago la última pastilla azul que queda y un dolor robado del mismo infierno me quiebra la columna vertebral. Grito desde las tripas al momento que mi estómago se infla como un globo aerostático, crece y crece en una proporción inimaginable. Mis ojos se abren con terror, sudo sobre el sudor, la garganta se me seca y siento como mi piel está a punto de rajarse. Dentro de mi estómago debe haber cupo para tres camionetas.

-¡SÁCAME MALDITA SEA! –Me gritan desde el televisor.

Sin pensarlo dos veces me entierro el tenedor con el que pensaba asesinar a Lollypop en el bajo vientre. Desde la pantalla, mi infante aúlla de dolor. Lo clavo una y otra vez haciendo una pequeña línea de pre-picado desde la corona del pene hacia el ombligo. Desde la pantalla, los gritos son aterradores, Jefferson Airplane no aporta mucha calma al momento. Termino rápidamente la línea y, con unas uñas bestiales crecidas de la nada, rajo la carne y entierro las manos en los músculos que separan a mi bebé del mundo. Sudo, lloro y siento electricidad en todo mi cuerpo. Mis manos navegan entre mis entrañas, la carne no quiere ceder y se estrecha contra mis extremidades con violencia. Es una lucha de uno contra uno, del hombre contra su propio cuerpo. Obligo a mis músculos a ejecutar un empujón final y definitivo y, mientras las venas de la sien revientan en coágulos sangrientos, arrancó a mi bebé de mi propio vientre.

La placenta queda pegada en el techo, luego cae sobre la radio y se desparrama sobre la alfombra.

Lloro a causa del dolor, lloro porque por fin tengo a mi bebé respirando en mis brazos, lloro pero él no emite ningún sonido. Lo abrazo con fuerza, me aferro a su carne como si de su diminuto cuerpo (82 cms/7 kilos y medio) dependiera mi vida. Hago una pausa mientras mi respiración se regula y lo veo a la cara; es un montón de carne deforme y sin una figura definida, se parece a mí, me sonríe.

Nunca le negaré el querer ser astronauta.

Lo dejo por unos segundos en el piso, acostado a mi lado, e inspecciono mi herida; se ve fatal, tengo que cocerla pronto o algún insecto podría empezar a habitar en ella. A mi lado siento una presencia imponente, desvío la mirada de la fatal incisión y veo a mi bebé de pie prendiendo un cigarrillo. Un hedor exagerado a inmigrante se apodera de mi pequeño departamento.

- Gracias, pá –Empieza a decir con una versión mutante de mi propia voz- ¿Tendrás veinte pavos que me prestes?

- ………………………………………………………………………………………………………………… -“Lo mutante no es su voz, lo mutante es su acento” deduzco mentalmente mientras apuntar mecánicamente un velador donde guardo algunos billetes.

- Gracias viejo –La extraña forma humanoide que tengo por hijo cuenta los billetes y, acto seguido, se los guarda entre las carnes de lo que debería ser su estómago- Me voy a lo de Lollypop, espérame con desayuno mañana ¿Vale? Gracias parse.


- Inmigrante hijo de puta –Digo para mí mismo. 

De respuestas que llegan después

- ¿Cómo podría ser mejor esta situación?
- Si no tuvieras que irte